Como pecadores, reconocemos tanto nuestras limitaciones y fracasos humanos como el amor ilimitado de Dios por nosotros. Dios nos ama y nos perdona, y el Sacramento de la Penitencia hace realidad este don del perdón en la vida del pecador. Somos restaurados a una relación adecuada con Dios. Mediante la purificación de nuestros pecados y culpas, volvemos a ser íntegros y santos.
El Sacramento de la Penitencia, también llamado Confesión o Sacramento de la Reconciliación, es uno de los dos sacramentos de sanación. Es el sacramento que cura espiritualmente a los católicos que se han alejado de Dios cometiendo pecados.
Hay cinco pasos para una buena confesión:
Mediante el sacramento de la Penitencia, los fieles reciben el perdón, por la misericordia de Dios, de los pecados cometidos. Al mismo tiempo, se reconcilian con la comunidad de la Iglesia. La confesión, o revelación, de los pecados nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás.
Jesús confió a la Iglesia el ministerio de la reconciliación. El sacramento de la Penitencia es el don que Dios nos hace para que cualquier pecado cometido después del Bautismo pueda ser perdonado. En la confesión tenemos la oportunidad de arrepentirnos y recuperar la gracia de la amistad con Dios. Es un momento santo en el que nos ponemos en su presencia y reconocemos honestamente nuestros pecados, especialmente los mortales. Con la absolución, nos reconciliamos con Dios y con la Iglesia. Este sacramento nos ayuda a permanecer cerca de la verdad de que no podemos vivir sin Dios. «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Acts 17:28).